Todos esperábamos con ansias ese
día, niños y adultos, como el que espera poner el broche final a un curso
cargado de continuas actividades educativas. Sin embargo, el día brilló más
allá de una simple clausura de curso. Ya en los días anteriores se anticipaba
la buena disposición por parte de los voluntarios en ofrecerse para organizar
lo que muchos calificarían como la “gran merienda del año”. Y así fue, el
ofrecimiento se desplegó en las mesas con multitud de dulces, salados y bebidas
en sus diferentes modalidades. Sin embargo, eso fue sólo la guinda final de
todo lo que esa tarde nos deparaba y acabaría por envolvernos no sólo el
paladar, sino también el corazón.
La fiesta comenzó con un acto
simbólico y emotivo.Los niños se amontonaron en el suelo para rendir un pequeño
homenaje a todos los voluntarios y personas implicadas en el Proyecto. Fuimos
nombrados por la hermana Manolita en la medida que se nos iba entregando una
tarjeta de agradecimiento de la mano de cada uno de ellos. Todavía recuerdo el
cálido abrazo entremezclado con ciertos aires de timidez por parte de ellos.
Puede que desde fuera sólo pareciera un simple dibujo, sin embargo, para
nosotros representa el esfuerzo, dedicación y lo más importante, el agradecimiento.
Sí, ese sentimiento que ellos difícilmente aún verbalizan pero que lo
manifiestan de muchas otras formas posibles.
El momento más significativo
llegó después. Las familias de los niños se pusieron de acuerdo para rendir un homenaje
personal al centro y a las personas que hacemos posible esta labor. Resulta
emotivo ver tantas voluntades unidas por un único motivo, el agradecimiento por
la labor con sus hijos. Los familiares se emocionaron con la entrega de los
regalos y nosotros nos contagiamos de esa emoción.
Y por fin llegó la merienda
y con ella, el compartir. Parecíamos una gran familia alrededor de una larga
mesa. Y después… llegaron los payasos. Fue un momento de disfrute para los
niños pero también para los adultos. Las risas y carcajadas de los más pequeños
se colaban entre nosotros, expectantes viéndolos disfrutar.
Si tuviera que quedarme con una
fotografía de ese momento, inmortalizaría aquel en el que
niños y adultos interaccionaban con juegos al son de la música, mientras que
otros familiares que aguardaban sentados mostraron, casi sin poder evitarlo, una
inmensa alegría contenida en discretas lágrimas.
ELENA GALLARDO
Voluntaria Proyecto Socioeducativo “Luis Amigó
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